“Una marcha cargada de urgencia: cuando la calle reclama sentido en medio del caos”

0
355

Cuando los peruanos salgan a las calles este 15 de octubre, no lo harán por impulso pasajero, sino como eco de un país insoportable. Esta movilización —convocada por colectivos sociales, estudiantes universitarios, gremios y la Generación Z— cobra sentido en un momento en que la política parece haberse convertido en una farsa cotidiana.

Pero: ¿qué representa esta marcha en el Perú de hoy? ¿Cuál es su legitimidad? ¿Qué riesgos implica? En este artículo de opinión intento mirar más allá de los lemas y los discursos, para analizar lo que está en juego.


1. La marcha como válvula de auxilio ciudadana

Vivimos en un momento de acumulación crítica: inseguridad que mata —extorsiones, sicariato, atentados armados—; una crisis política que no termina; instituciones que pierden toda credibilidad. Solo como detonante reciente basta recordar el tiroteo durante un concierto de Agua Marina en Chorrillos, que dejó heridos e indignación.

Para muchos, esta marcha es la válvula de escape de una frustración colectiva sostenida durante años. Es la forma de decir “ya basta”, de demandar no solo gestos simbólicos sino resultados concretos en seguridad, justicia y política. No es un capricho ni una moda: es un clamor que explota cuando los canales institucionales han fallado tantas veces.


2. Heterogeneidad y riesgo de dispersión

Aquí radica uno de los principales desafíos: la marcha reúne fuerzas diversas —desde jóvenes, universitarios, transportistas hasta gremios educativos y sociales— con agendas que pueden coincidir en parte, pero divergen en muchas otras.

Un riesgo claro es que esa heterogeneidad termine diluyendo el mensaje. Si unos piden reforma política, otros centralidad en seguridad, otros más una salida presidencial, el discurso puede volverse confuso. Esto debilita no solo el impacto público, sino la posibilidad de interlocución política clara.

No menos grave es que la marcha derive en incidentes: provocaciones, infiltraciones, represión. En un país donde la respuesta estatal a las manifestaciones suele ser policial, no es un temor irracional. La mejor defensa —y desafío— será mantener la marcha pacífica, con liderazgo claro, transparencia y una fuerte vigilancia ciudadana de la propia protesta.


3. La paradoja del transporte y el peso simbólico

Los transportistas, cuyo sector ha sido golpeado por la violencia y la extorsión, tenían un papel central en la movilización. Sin embargo, a pocas horas del 15, algunas de sus organizaciones decidieron no sumarse al paro. En Lima y Callao se anunció que el transporte seguiría operando con normalidad.

Esto representa una tensión simbólica: un sector históricamente castigado debería liderar las protestas, pero dudas, negociaciones previas o posiciones tácticas generan vacilaciones. Que un actor tan relevante se aparte puede debilitar la movilización y enviar una señal contradictoria al resto de la ciudadanía.


4. ¿Puede esta marcha cambiar algo?

La pregunta que se hace todo periodista, dirigente o ciudadano es: ¿tendrá impacto real?

Mi apuesta: sí puede tener efectos, aunque no garantizados ni inmediatos.

  • Temporalmente, servirá como termómetro social: cuánto está dispuesta a movilizarse la ciudadanía en este hartazgo general.
  • Políticamente, podría obligar a un “respirador” al nuevo gobierno —José Jerí asumió tras la vacancia de Dina Boluarte— a mostrar medidas concretas, urgentes y visibles.
  • Socialmente, puede fortalecer redes de organización ciudadana que persistirán más allá del día mismo.

Pero para que esa posibilidad no se volatilice, la marcha deberá traducirse en demandas precisas, seguimiento ciudadano, alianzas con actores institucionales, y no solo en gestos públicos. Si lo que sigue es silencio o pactos oscuros, habremos desperdiciado una oportunidad histórica.


5. Un llamado a “Sobre Ruedas News” y sus lectores

Como medio especializado en la vida cotidiana —transporte, movilidad, ciudadanos que van y vienen— “Sobre Ruedas News” puede aportar algo esencial: visibilizar cómo esta protesta incide en la vida real, más allá del ruido político.

  • Mostrar las rutas bloqueadas, cómo afecta a los choferes y pasajeros, y cómo adaptan su día sectores vulnerables.
  • Plantear reportes ciudadanos: ¿cuántos transportistas independientes sienten que esta marcha les da voz?
  • Analizar también el rol estratégico del transporte —las vías, los corredores, los pasajeros— como columna vertebral de la protesta.

En definitiva: este 15 de octubre puede no cambiarlo todo, pero sí puede marcar un antes y un después si quienes critican toman parte activa, si quienes observan informan con rigor, si quienes marchan lo hacen con propósito.


Conclusión

Esta marcha no es una algarabía juvenil ni una táctica política improvisada. Es el grito de un país que ya no aguanta seguir aguantando. Que se escuche fuerte: no queremos migajas de reformas, queremos al menos ver que el Estado vuelve a recuperar su función de protector y servidor. Que los balances no nos recuerden un “día de caos”, sino un “día de esperanza”.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí