Max Verstappen, el piloto programado para ser campeón

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Todo el mundo estaba convencido de que Max Verstappen llegaría a campeón del mundo. El problema era saber cuándo.

Tras esta magnífica temporada del piloto de Países Bajos, que ha puesto fin al monopolio de títulos que tenía Mercedes en la actual era híbrida, uno se pregunta si el hecho de que Red Bull no fuera también motorista ha retrasado este gran duelo que nos han brindado Lewis Hamilton y Max Verstappen a lo largo de toda la temporada.

En la era híbrida, Red Bull ha pagado primero las deficiencias del motor Renault. La marca que le permitió conquistar cuatro títulos consecutivos con Sebastian Vettel subestimo los esfuerzos necesarios para desarrollar un motor híbrido auténticamente competitivo. Aún hoy arrastra un cierto déficit. El cambio a Honda ha tenido un efecto balsámico, si bien se han visto obligados a tener algo de paciencia; los japoneses llegaban desde muy atrás en su mala experiencia con McLaren, pero –orgullo nipón obliga– han reaccionado de forma muy positiva.

Por vez primera Max ha tenido entre manos un coche auténticamente ganador. En temporadas anteriores sólo disponía de un medio con el que se podría optar a alguna victoria en circunstancias favorables y Max lo ha aprovechado.

Verstappen ha hecho un gran cambio este año. Su agresividad natural ha sabido atemperarla con la cabeza, aunque se produjeran un par de desencuentros con Lewis. Quizás, cual capo de la mafia, pensó que eran los momentos clave para demostrar su autoridad o decir bien claro a Lewis que no se iba a dejar comer el terreno.

Las más de las veces supo abstraerse de todo esto. Sobre todo, ante esa última vuelta en Abu Dabi que le reportó la corona, gentileza de una decisión por lo menos controvertida y polémica de Michael Masi. Incluso le habían educado en eso.

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Todo ello lo ha hecho el de Países Bajos en un contexto que no era el más favorable para él. La presión paterna, la del Dr. Marko, las discusiones entre Red Bull y Mercedes y, sobre todo, ese peligro de ‘pánico escénico’ que conlleva la conquista del primer título.

Verstappen parece siempre de rostro impertérrito, como le sucedía a Kimi Räikkönen. Sólo que el finés era de verdad ‘Ice man’ y Max esconde toda su rabia y motivación, sus caliente temperamento, pero le importa un pimiento lo que digan de él fuera.

Verstappen es el primer piloto ‘programado’ para ser campeón. Su padre, Jos, empleó en él una férrea disciplina formativa. Las pistas de karting eran su elemento natural; la autocaravana, su hogar. Su padre llegó a hacer viajes de diez o más horas con él sin dirigirle la palabra, descontento por algún resultado. A abandonarlo en una gasolinera –bueno, sabía que la madre iría en otro coche diez minutos más tarde– descontento porque la impaciencia le había hecho querer recuperar el primer lugar de inmediato y chocó contra un adversario, para decir adiós a un mundial que debía ser suyo. Broncas por no querer humillar a un rival en pista y Jos le hacía probar incluso en invierno pese a que Max estaba –decía– aterido de frío.

Incluso en una carrera donde en los entrenamientos libres de karting no brilló, cuando paró se encontró a su padre empaquetando todo y cargando la furgoneta para marcharse: para correr así, no vale la pena.

Entre las imposiciones de papá Jos, cuando vio que su hijo ganaba fácil en kart, la prohibición de adelantar en determinados lugares del circuito y le obligó a buscar otras formas de superar al rival. Le hizo descubrir lo que era adherencia, lo que era trazada, lo que era conducir en asfaltos deslizantes… y a no fiarlo todo a los datos porque los mejores sensores son ‘los pelillos del culo’ de un piloto.

Jos define a Max como un chico bueno… hasta que se pone el casco, porque entonces quiere ganar. Y de esto está convencido Van Amersfoort, que se ocupó de él en su primera temporada de monoplazas, en la F3 –previamente había corrido unas carreras de F4 en Estados Unidos–, con el que consiguió seis victorias seguidas en el Europeo y tres en Norisring.

Pero ya el año anterior había acumulado kilómetros en monoplaza: su padre estaba convencido de las cualidades de su hijo desde que con cuatro años le pidió rodar en un kart tras ver a un amigo y desde entonces, se dedicó en cuerpo y alma a formar un campeón. El objetivo de llegar a la F1 primaba sobre la escuela.

Por entonces, Van Amersfoort no era ni de lejos el mejor equipo de la F3. Jos firmó con ellos para que Max pudiera expresarse en lengua materna. El representante de Países Bajos recuerda dos cosas. «En las fórmulas menores, los coches son muy similares y las diferencias las hacen en buena parte los pilotos y cuando tienes a un Verstappen en el equipo, puedes estar seguro de que tendrás presión. No corren para divertirse, sino para ganar«.

Max dice que le gusta conducir duro, pero no es agresivo y ahora pilota de forma más fluida, pero no esperen que levante el pie ante nadie, que haga un regalo a un competidor.

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